No cabe duda de que la vida en pandemia nos ha hecho imaginar toda clase de escenarios, tanto positivos como catastróficos, y aún así, parece que vivimos en un presente prolongado, suspendido. Han sido las letras y las artes en general las que han suspendido (¿o acrecentado?) la locura que traemos a cuestas. Pensar en cambios acelerados o futuros distópicos solo nos lleva a darnos cuenta de que falta mucho para una transformación compleja o completa, sin embargo, al mirar hacia atrás podemos notar que a pesar de ser paulatinos, los cambios son significativos, esperar un futuro dominado por la tecnología no es extraño, parece que tenemos prisa, ya sea por adelantar o adivinar cómo es que será nuestro consumo, es tal vez un alivio darnos cuenta de que a pesar de que se nos presenten tantas y tan nuevas formas de consumir arte, las letras sigan siendo las mismas y nuestros afectos sean tan humanos como nuestro día decida ser.
Seguramente la librería del futuro será mucho más atinada, el algoritmo conocerá cada paso y pensamiento que tengamos o vallamos a tener, tal vez nuestros deseos se compenetren cada día más con nuestros gadgets, quizás será más fácil olvidarnos o disfrazar nuestros propios pensamientos y lo mejor para todos será dejarnos conducir. Probablemente nuestras batallas del futuro ya no sean contra el algoritmo o los gadgets en sí, sino contra el discernimiento de nuestros propios sentidos y deseos.
